El cirujano Leonid Rógozov, refundido en la Antártida, diagnostica su propia apendicitis aguda y luego se opera
.
POR Lucas Herrera

En el fondo
todos dudamos de ti, Rógozov.
Es tan difícil creer
que alguien se opera a sí mismo,
cómo operarse a sí mismo.
Deberíamos poner el dedo en la herida
en remedo del apóstol,
y palpar la válvula ileocecal
para así creerte.
Es más fácil
pensar que esa foto a blanco y negro
–propiedad de Vladislav Rógozov, tu hijo–
es un collage ruso
para sumar goles
en medio de la noche de la guerra fría.
No más ver el retrato
del cirujano estudiándose
tapabocas y guantes
sin afanes ergonónicos
con la cerviz doblada
para buscarse un llavero entre
la bóveda fecal
es imposible creer.
Cuánto quisiéramos lograr lo mismo
cuando una muela anuncia
su podredumbre
o cuando el recuerdo de un amor
se atasca en la garganta
como la espina de un pescado.
Ojalá
pudiéramos
entre la angustia diaria
simplemente
abrirnos para resecar
un pulmón triste.
Pero para nosotros, nada de ello es posible, amigo soviético.
A pesar de tanta incredulidad
debemos confesarte
que
en conclusión
aunque subsista la desconfianza
soñamos con tu pellejo, estimado Rógozov.
ACERCA DEL AUTOR

Estudió medicina en la Universidad Nacional. En 2018, recibió el Premio Nacional de Poesía Relata - Ministerio de Cultura. Al año siguiente, resultó ganador del Premio Nacional de Poesía Casa de Poesía Silva, y finalista del Concurso de Cuento La Cueva.